¡Fuego!… ¡Fuego!…
Estamos en el piso número doce de un edificio de oficinas y la perspectiva de un incendio no nos parece nada sonriente.
–¡Fuego!..
Nos precipitamos hacia el ascensor, pero el ascensor no funciona. Queremos echarnos escaleras abajo y un bombero nos detiene.
–La escalera está ardiendo –dice–. Váyanse ustedes a las escaleras de salvamento.
Estas escaleras de salvamento, unas escalerillas al aire, se encuentran al respaldo del edificio, con cuyas ventanas comunican. Las ventanas ya están abiertas y, junto a ellas, se agitan más de doscientas personas.
Ladyes first! (Primero las mujeres) grita una voz heroica.
—Ladyes first!–repiten cincuenta voces que, en su mayoría, son voces de mujeres.
El incendio debe de ser grande. Abajo hay tres o cuatro automóviles del cuerpo de bomberos. Varias bombas funcionan a todo vapor. Se oyen pitidos y voces de mando. Los policías contienen a la multitud que nos contempla alegremente considerando que, por el precios, le damos un espectáculo bastante divertido.
Y, a todo esto, no hay tiempo que perder.
–Los minutos son preciosos–, dice uno.
–¡Serenidad! ¡Serenidad!–dice otro, con una vo vacilante, y, según mis sospechas, con el propósito exclusivo de tranquilizarse él mismo.
Habíamos quedado en que las mujeres tomarían la escalera antes que los hombres, pero las mujeres tienen miedo. Una de ellas ha sacado sus piernas por la ventana y no se atreve a seguir. Desde abajo aplauden:
–¡Bonita revista!..
–Esto es mejor que el Hipódromo..
Un bombero coje a la chica y la baja en brazos. Ovación, entusiasmo, griterío… Un griterío formidable en el que destacan órdenes arbitrarias, recomendaciones de conservar la sangre fría, manifestaciones de un gran espíritu de sacrificio e insultos terribles.
–¡Abajo! ¡A la escalera!…
Como las mujeres vacilan, se lanzan algunos hombres. Luego quieren lanzarse más de veinte personas juntas, entre hombre y mujeres. El tumulto es espantoso. Una muchacha se desmaya en mis brazos y yo no puedo evitarme una amarga reflexión:
–¡Estas americanas!.. ¡Que poco sentido de la oportunidad el suyo!..
Hombre galante, sin embargo, me considero en el deber de bajar la escalera con mi preciosa carga. Ya veo a los fotógrafos revelando sus instantáneas. Ya vero a los repórters acribillándome a preguntas. Ya veo una edición especial del Evening Telegram anunciando mi proeza en letras de a palmo: EL INCENDIO MÁS GRANDE DEL MUNDO. UN HÉROE ESPAÑOL. PROBABLE ALIANZA DE LOS ESTADOS UNIDOS CON ESPAÑA..
Pero en este momento, llega un teniente del cueerpo de bomberos y nos dice:
–Señoras y señores: Muchas gracias. Pueden ustedes volver a su trabajo. It is all right.
¿Cómo all right? –prreguntamos–. ¿Quiere usted decir que ha ya sido sofocado el fuego?
–No ha habido fuego ninguno, afortunadamente. Esto era una prueba.
Y entonces, me entero de que aquí, para organizar la extinción de los incendios en una forma eficaz, los bomberos, no solo se ensayan entre ellos, sino que ensayan también al público y de que lo ensayan sin ponerlo en el secreto. El caso es asustar al público, realmente, para saber, más o menos, cómo se conducirá en un momento de pánico. Si se le dice que se trata de una prueba, el público no se asusta y el factor pánico sigue siendo una incógnita para los bomberos. Ahora bien: el factor pánico…
Así se explica el teniente y nosotros nos sentimos un poco en ridículo. Mi chica recobra la razón, cosa siempre desagradable en una chica, y piensa que, como su desmayo obedecía a una falsa alarma, mi protección no merece apenas gratitud. Ya no tenemos público. Los papanatas que nos observaban desde la calle se consideran estafados y se van en son de protesta.
Y yo me digo que estas pruebas a que nos someten los bomberos americanos están muy bien, porque nos servirán en los casos de incendio, pero que, después de todo, yo prefiero la posibilidad de morir quemado a la evidencia de enfermar del corazón.